EL MAGO Y LA OLLA SALTARINA

J.K. Rowling

Traducido del inglés por: Alejandro Ramírez

Había una vez un viejo y amable mago que usó su magia de manera sabia y generosa en beneficio de su comunidad. Nunca reveló la verdadera fuente de su poder, sino que fingió que sus pociones, encantos y antídotos brotaban preparados de la pequeña caldera que llamó la olla de la fortuna. La gente de varios kilómetros a la redonda venía a él con sus problemas y el mago estaba contento de revolver su olla y solucionar los problemas.

Este querido mago vivió hasta una graciosa edad, luego murió y le dejó todos los bienes que tenía a su único hijo. Este hijo era de una disposición muy diferente a la de su amable padre. Según el pensamiento del hijo, aquellos que no tenían capacidades para la magia no tenían ningún valor y él a menudo se había peleado con el hábito de su padre de dispensar una ayuda mágica a sus vecinos.

Después de la muerte del padre, el hijo encontró escondido dentro de la vieja olla un pequeño paquete que llevaba su nombre. Lo abrió, con la esperanza de encontrar oro, pero encontró en cambio una zapatilla suave, gruesa y demasiado pequeña para ponérsela y sin el par. Un fragmento de pergamino dentro de la zapatilla tenía las siguientes palabras: "Con la profunda esperanza, hijo mío, de que nunca lo necesitarás."

El hijo blasfemó contra el frágil raciocinio de su padre, luego devolvió la zapatilla al caldero y decidió usarlo en adelante como un recipiente para la basura.

Esa misma noche una campesina llamó a su puerta.

"Mi nieta está afligida por una gran cantidad de verrugas, señor," le dijo. "Su padre solía mezclar un emplasto especial en aquella vieja olla”.

“¡Fuera de aquí!" gritó el hijo. "¿Qué puedo hacer yo por las verrugas de tu mocosa?" Y cerró de un golpe la puerta en la cara de la anciana.

Inmediatamente vino de la cocina un fuerte ruido y un traqueteo. El mago encendió su varita mágica y abrió la puerta y vio, para su asombro, la vieja olla de su padre: le había brotado una pata de bronce y saltaba y saltaba en medio del suelo, haciendo un horrible ruido sobre las losas. El mago se acercó maravillado, pero retrocedió apresuradamente cuando vio que toda la superficie de la olla estaba cubierta de verrugas.

"¡Objeto asqueroso!" gritó y primero intentó Desaparecer la olla, luego limpiarla con su magia y, finalmente, sacarla a la fuerza de la casa. Sin embargo, ninguno de sus conjuros funcionó y fue incapaz de evitar que la olla saltara detrás de él hasta la cocina y luego lo siguiera hasta la cama, resonando y traqueteando ruidosamente en cada una de las escalas de madera.

El mago no pudo dormir toda la noche debido al traqueteo de la vieja olla verrugosa al lado de la cama, y al día siguiente la olla siguió saltando detrás de él hasta la mesa del desayuno. Riiinnnn, Riiinnnn, Riiinnnn, era la olla con pata de bronce y el mago no había comenzado a comerse el guisado cuando escuchó otro golpe en la puerta.

Un anciano estaba en el umbral de la puerta.

"E’ mi vejo burro, patrón", le explicó. "Tá perdido o robado y sin él no puedo llevar mi mercancía al mecado y mi familia pasará hambre ta noche."

"¡Yo tengo hambre!" rugió el mago y cerró de un golpe la puerta sobre el anciano.

Riiinnnn, Riiinnnn, Riiinnnn, era la olla con pata de bronce sobre el suelo, pero ahora su clamor se mezclaba con los rebuznos de un burro y los gemidos humanos del hambre que hacían eco en las profundidades de la olla.

"¡Tranquila! ¡Silencio!" chillaba el mago, pero ninguno de todos sus poderes mágicos podía callar la verrugosa olla que saltaba en sus tacones todo el día rebuznando y gimiendo y resonando sin importar donde estuviera él ni lo que hiciera.

Esa tarde se escuchó un tercer golpe a la puerta y en el umbral estaba una mujer joven que sollozaba como si su corazón se fuera a romper.

"Mi bebé está gravemente enfermo," dijo ella. "¿Podría ayudarnos, por favor? Su padre me dijo que viniera en caso de que tuviera problemas”.

Pero el mago le cerró de un golpe la puerta.

Y entonces la olla torturadora se llenó hasta el borde con agua salada y derramaba lágrimas por todo el suelo mientras saltaba y rebuznaba y gemía y le brotaban más verrugas.

Aunque ningún otro campesino vino a buscar ayuda a la casita de campo del mago durante el resto de la semana, la olla lo mantuvo informado de los muchos males de todos. A los pocos días no sólo rebuznaba, gemía, se derramaba, saltaba y le brotaban verrugas, sino que también se atragantaba, tenía náuseas, gritaba como un bebé, gemía como un perro, vomitaba el queso malo y la leche agria y una plaga de babosas hambrientas.

El mago no pudo dormir ni comer con la olla a su lado, además la olla rehusaba marcharse y no podía hacerla callar ni obligarla a que se quedara quieta.

Hasta que al fin el mago no pudo soportarlo más.

"¡Tráiganme todos sus problemas, todas sus dificultades y sus infortunios!" gritó, huyendo en la noche, con la olla saltarina detrás de él a lo largo del camino del pueblo. "¡Vengan! ¡Déjenme curarlos, repararles y consolarlos! ¡Tengo la olla de mi padre y les haré mucho bien!"

Y con la fétida olla que todavía estaba saltando detrás de él, corrió calle arriba, lanzando conjuros en todas las direcciones.

Dentro de una casa las verrugas de la niña desaparecieron cuando ella se durmió; el burro perdido fue Traído de una distante parcela de zarza y dejado suavemente en su cuadra; el bebé enfermo fue empapado en díctamo y despertó bien y sonrosado. En cada casa en la que había enfermedad y dolor el mago hizo todo lo posible y gradualmente la olla que estaba a su lado dejó de gemir y tener náuseas y se quedó tranquila, brillante y limpia.

"¿Y entonces, Olla?", preguntó el mago tembloroso cuando el sol empezó a salir.

La olla eructó la zapatilla que él había arrojado allí y lo dejó que se la encajara en el pie de bronce. Regresaron a la casa del mago con el paso de la olla por fin amortiguado. Pero a partir de aquel día, el mago ayudó a los campesinos como su padre lo hacía antes, no sea que la olla se quite la zapatilla y empiece a saltar otra vez.

“El mago y la olla saltarina”: título original “The Wizard and the Hopping Pot”, en “The Tales the Beedle the Bard” de J. K. Rowling.



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