Luís Fernando Veríssimo
Traducido del portugués por Alejandro Ramírez
Bete tiene un método de prospección de viudos. Busca invitación para el entierro en que no haya “nietos”. Preferiblemente sin “hijos”. Es una señal de que la mujer murió joven. Mujer fallecida es igual a hombre viudo que necesita consuelo de inmediato.
Lo ideal es cuando hay más de una invitación. Cuando la compañía del marido también invita al entierro y da la posición del viudo en la ella: “Nuestro gerente”, excelente. “Nuestro director financiero”, mucho mejor. “Nuestro director-presidente”, ¡perfecto! Un director-presidente con 40 años o menos es oro puro. Según Bete.
Bete da las instrucciones.
-Aumente el escote. Así.
-¿Y qué… qué… digo?
-Llore. Diga “No lo puedo creer”. Diga “Ay, nuestra Pixuxa”
-“¡¿Pixuxa?!”
-Era el apellido de ella. Estaba en la invitación.
-Nuestra Pixuxa, verdad.
-Y no olvide besarlo cerca de la boca, como si fuese un descuido.
-El nombre es bueno, parece que es abogado. Entre 55 y 60 años. Ventajoso. Dos hijos, pero ya deben haber salido de casa.
-Entre 55 y 60, no sé…
-Tómalo o déjalo. El entierro es a las 5.
Bete va con ellas a los velorios. Para dar apoyo moral y en caso de que haya que hacer algún ajuste de última hora. Como una vez, en que antes de conseguir llegar al viudo, la madre de él detuvo a su pupila y le preguntó:
-¿Quién eres tú?
La pretendiente comenzó a gaguear y Bete inmediatamente se puso a su lado.
-¿Usted no se acuerda de Zequinha? Una de las mejores amigas de Vivi y de Momô.
Evidenciaban tanta intimidad, incluso la madre de Moraes no sabía que el apellido de su hijo fuese Momô, que se retiró y dejó que Zequinha llegara hasta él a mostrarle el principio de los senos.
Fue uno de los triunfos de Bete. Aquel mismo año, Moraes y Zequinha se casaron. Algunos comentaban que todo comenzó en el entierro de la pobre Vivi, otros que la relación venía de más atrás.
Nadie desconfía que todo estuviera planeado. Que había un cerebro de estratega detrás de todo.
-Esa que me saludó ahora… No tengo la menor idea quién es.
-Sí, nunca la había visto.
-¿No es una amiga de Ju?
-¿Tan ordinaria? No creo.
Y Bete cuida la retaguardia. Observa la aproximación de posibles adversarias y, cuando puede, pone obstáculos en cualquier progreso en dirección al viudo. (“Por favor, vamos a dejar al hombre tranquilo”). De tanto asistir a velorios, Bete ya conoce las adversarias.
Sabe que vienen dispuestas a todo. Cuando el viudo es muy importante y se forma una aglomeración a su alrededor, haciendo difícil el acceso, se abren camino a codazos. No vacilan en ponerse en cuatro y gatear, entre las piernas, hasta el viudo. Bete las entiende. Sabe el valor de un buen viudo en tiempos como éstos. Por eso se siente justificada de usar cualquier medio para impedir el éxito de las otras y asegurar el éxito de las suyas. Hasta la coacción física y moral.
“Estamos en una selva”, dice Bete para animar a sus discípulas. Y las instruye para que no se desanimen si no consiguen obtener la atención del viudo en el velorio. Al final, siempre está la misa en honor a la difunta.
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