LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO


Alejandro Ramírez
Cuando la gallina empezó a poner huevos de oro, el granjero se puso feliz. Sabía que en muy poco tiempo sería millonario. Le prodigaba a la gallina los cuidados más esmerados y la acariciaba con una ternura indescriptible.
Pero muy pronto el granjero empezó a sentirse insatisfecho. Los huevos le parecían demasiado pequeños y la frecuencia había empezado a disminuir. Se retiró muy preocupado a su pequeña biblioteca y empezó a repasar con impaciencia algunos tratados de ornitología que ya casi estaban ocultos por una gruesa capa de polvo. Mas la idea sólo se le ocurrió cuando aseaba el corral de los patos. ¿Por qué no cruzar un pato con la gallina para obtener huevos más grandes? El huevo tendría casi el doble del tamaño actual.
Preparó un corral especial con todos los lujos en cuanto a espacio, nido y alimentación. Allí puso a la gallina y al más joven y brioso de sus patos. Mas pronto apareció el primer obstáculo. Ni la gallina ni el pato se atraían físicamente, ambos ocupaban lugares distintos del corral y podría decirse que se miraban con desdén. Por lo tanto, el granjero debió aguzar de nuevo su ingenio.
Preparó una infusión afrodisiaca con cáscaras de naranja y limón, una cucharada de lúpulo, champiñones y jengibre. Luego le preparó al pato una suculenta cena con cebada, avena y harina de pescado, mezclada sutilmente con el líquido maravilloso. El primer día el pato no reaccionó a la ayuda sexual, pero el granjero no desesperó. Al contrario, perseveró en cada una de las comidas echándole un poco de la infusión.
Una semana más tarde, el pato empezó a acercarse a la gallina con cierta codicia. La miraba cuando pasaba y a veces se atrevía con algún piropo ininteligible. Mientras tanto el granjero persistía.
A los pocos días, el pato vio que la gallina se hospedaba silenciosamente en un rincón y, ebrio de lujuria, se acercó corriendo apresuradamente, la levantó con el pico y la poseyó con poca delicadeza. Cuando el grajero llegó, alertado por el dolorido cacareo de la gallina, esperó un poco para asegurarse de que el preciado líquido ya estuviera depositado en la cloaca de la gallina. Luego los separó y devolvió el pato a su corral.
La gallina cojeó durante un par de días porque el peso del pato era excesivo para ella.
A la hora de poner los huevos, la gallina se vio en serios aprietos. Pujaba y pujaba, pero no salía. Era muy grande y se alegraba, mas el dolor era inmenso y no lo soportaba. Cuando unas horas más tarde el granjero vino a buscarla, la encontró muerta en el suelo, junto al nido, con el pico torcido en un gesto evidente de dolor y con un huevo gigantesco atravesado en la cloaca.

Cuento tomado del blog: http://cuentominicuento.blogspot.com/


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