A LA MEMORIA DE LEONARD GAKINYA


Obi Nwakanma

Traducido por Ricardo Gómez

A La Memoria De Leonard Gakinya.

(Se le encontró colgado el 2 de octubre de 2002, en Springfield, Missouri)

Y recuerdo el zancudo

y la tribu de las hojas canoras.

Y recuerdo la hoja imperial

inclinada al fin ante el sol.

Oscuro, pensativo –

la cara de un santo caído

sobre él, disgustado –

tronco de virilidad gigante

agitándose impotente a través de la poesía.

Empalaba cada mediodía

con una malevolencia erguida y oscura, así como

la vivaz serpiente, ataca

donde la hierba es más verde.

Y recuerdo el fogón ardiendo, la perra en calor –

las partes pudendas sin escrutar – la heredad sin visitar

haciéndose eco a sí misma, ventrílocua del viento.

La melanina está bajo mi piel, y eso tampoco es nada nuevo.

Pero déjenme contarlo… déjenme contarlo todo…

Sobre la noche en que naufragó la luna

bajo mi piel. Y le hice el amor al Prozac,

al éxtasis, y canté una oda al olvido,

brindando a la medianoche con Bella Sera junto a mí.

Pero déjenme contarlo… déjenme contarlo todo…

Sobre el cielo azul y sordo,

sobre el día en que alcé

mi mano para pedir más vino,

y alcé mi copa –

por unos pezones matinales que se endurecían

frente a mí.

por el dios que creó el dolor mientras creaba el vino

por el azuela que espera para dar forma al mundo

por las noches variables e inciertas

por mi sombra en pie, sus manos en jarras,

extendiéndose por muchos metros

hasta las terrazas del bello San Luís –

déjenme decirlo … déjenme decirlo todo…

(pues la melanina está bajo mi piel)

Sobre el mar de rostros gruñendo en Delmar, pálidos,

rabiosos, temblando ante la luz,

y la noche que se me ofreció

para tentarme a saltar y colgarme

de un cielo de diez pisos –

el lazo de telarañas que baja el cuerpo

hasta la iluminación,

desde el séptimo éter hasta la novena sinfonía, y luego

el paso final y Beethoven eructando

desde la solemne endecha.

Deja que lo cuente todo, niño, déjame contar –

Del lugar telúrico, el salón de la fama,

y cómo hiere. Pues recuerdo el zancudo,

aferrado al escroto, sacerdotal,

con un desorden intangible –

sin diagnosticar –

la mentira obsesiva, impertinente y maravillosa

que sufre el ser y que clava

en la cruz – todos los deseos –

ser claro. Ser un niño.

Atravesar el cuerpo y su alma

Y decir: “Amen”.


No hay comentarios.: