CUENTOS CORTOS

Alejandro Ramírez

A ninguna parte

Aún no amanece. Todos duermen en casa. Llevo en una discreta maleta toda la ropa que puedo. Atrás dejó tres hijos, una dulce esposa y 14 años de matrimonio. Dejo la llave adentro, no la necesitaré más. En el aeropuerto me espera la otra mujer, con la que espero reconstruir mi vida. Tomo un taxi, adónde va, pregunta, a ninguna parte, le digo.

Otra copa

Arrodillada en el suelo, Susana está llorando. La acabo de golpear. Estoy borracho. Intentó hacerme algún reproche y la detuve. Luis, de cuatro años, llora silenciosamente en el umbral.

Un día de trabajo

Me levanto poco después de las cinco de la mañana, me baño, tomo algo de café y salgo para el trabajo. Entro a las siete. A las doce saco media hora de almuerzo. Termino la jornada a las seis. A las seis y treinta, después de bañarme y ponerme una ropa decente, me reúno con tres compañeros más y nos vamos a la taberna del frente a tomarnos unas cervezas. Llego a las diez. Todos duermen.

Última oración

El abuelo está en el hospital, agonizante. Estoy sentada a su lado. Soy la heredera universal de todos sus bienes, y son muchos. Una camándula discurre impaciente entre mis dedos.

Chitón

El niño llora inconsolable y lo estoy arrullando. El pañal está sucio. La leche ya hirvió y se está derramando en el fogón. El teléfono está sonando. Ella duerme.

Osados

Cuando escuché el segundo disparo me asomé instantáneamente a la ventana y presencié, enardecido, cómo un hombre se ensañaba contra un perro callejero. Salí corriendo, pero cuando llegué a la escena del crimen ya el perro yacía exánime y el hombre se había ido. En ese preciso instante se acercó un perro ladrando, adolorido, sugiriéndome que lo siguiera. Salí tras él, corriendo, sintiendo un odio irracional. Al doblar una esquina lo vimos sentado en un banco, acariciando su revólver, en una actitud de malvado regodeo. Cuando volvió la mirada, ya el perro y yo caminábamos, indiferentes, y pasamos a su lado sin determinarlo.

La venganza

Brindábamos un espectáculo deplorable. Dos ancianos de 88 y 84 años discutiendo acaloradamente en plena calle. Empezamos dialogando pausada y calmadamente. Él me recordó su esposa, yo le recordé su madre. Con mis energías casi al límite le hice un breve recuento de sus innumerables traiciones. No soporté más y me lancé sobre su cuello hasta estrangularlo. No quería huir ni tenía fuerzas para hacerlo. Esperé pacientemente a la policía.

Último acto

Sé que muero. Me quedan un par de meses como mucho. El cáncer, especialmente la leucemia, es un mal genético que ha afectado a mi familia. Siento, aunque imperceptibles, las primeras señales de la enfermedad. No quiero tratamientos ni condolencias. Nadie sabrá que muero.

Estoy sentado en cancerología. Salen los pacientes, más muertos que vivos, de la última quimioterapia. Sin fuerzas, enjutos, sin pelo, sin vida… Estoy feliz por la decisión que he tomado. Salgo del hospital, compro la prensa, entro a una cafetería. Mientras espero a que se enfríe un poco el café leo la noticia sobre el último atentado en Irak.

En la sangre

Descubrí que soy adoptado. Mi padre odiaba a muerte a mi padre biológico y me raptó. Su venganza fue inculcarme su odio hacia mi verdadero padre.

Silencios

Regresé a casa después de más de dos meses por fuera. Venía a visitar a mi mamá y a mi hija. Traía dinero, mucho, y pude darle un obsequio a todos y dejarlos contentos. A mi niña la llené de juguetes y de ropa hermosa, la última moda infantil. Mamá me preguntaba con insistencia cómo era el trabajo en la fábrica. Eso les dije, eso les hice creer. Les inventé jornadas épicas de casi 14 horas, dolores de espalda por estar tanto tiempo sentada frente a la máquina, etc. Todos estaban felices, en especial mamá que, debido a mi juventud, se había preocupado mucho con mi partida. Sin embargo lloraba en las noches. En silencio. Sin lágrimas. En el día me fingía feliz, en la noche el insomnio me torturaba el alma. Cuando llegó la hora de partir, le entregué todo el dinero que me quedaba. En el bus imaginé que le contaba esa primera noche: cómo lloré desvistiéndome; cómo lo esperé en la cama con las piernas abiertas y lo tuve que soportar encima de mí (sudoroso, maloliente) mientras gemía y me restregaba su piel velluda y áspera; cómo lloré bajo la ducha durante casi tres horas y no pude trabajar más esa noche. Imaginé, también, que mamá me comprendía e incluso me perdonaba.

Condolencias

Hoy ha muerto mamá. Y también papá. Estoy triste. Sollozo cada que miro el par de féretros que ocupan todo el centro de la sala. Sólo me consuela un poco cuando pienso en la herencia. Una fortuna. Después de que terminen las exequias debo pensar cómo deshacerme de la mujer que está sentada a mi lado.

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