NOCHES DE CARNAVAL

Marcelo Aires

Traducido del portugués por: Alejandro Ramírez

Caminaba cautelosamente por las callejuelas oscuras. Faltaba mucho para que saliera el sol. Mis pasos de ebrio sugerían cierta vulnerabilidad a quien considerara que me podía robar.

A los lejos vi dos mujeres. Estábamos en carnaval, las calles estaban llenas de parranderos. Una de ellas llevaba el panti del bikini, la otra llevaba el traje completo con una máscara carnavalesca medio tuerta. La una era rubia y la otra era morena. Por lo que recuerdo de mis gustos, nunca tuve una preferencia unánime por un tipo específico de mujer, me gustaban todas, siempre y cuando fueran realmente mujeres.

Ellas se aproximaban. Mi belleza era algo inexplicable. Con mi cabello castaño oscuro y mi aspecto de brasilero común. Nada del estereotipo rubio de ojos azules. Mi cabello al estilo de Reynaldo Gianecchini, la estrella de la televisión brasilera. Sólo pude retribuir la mirada de esas bellas hembras con mi mirada de perro abandonado y que en últimas no siempre funciona.

-¿Hola, joven, adónde vas?-preguntó la morena.

-Estuve toda la noche preguntando por ustedes.

¿Serían ellas mis víctimas? Sabía que eran ellas.

-Mi amiga y yo estamos tan solitas –dijo la morena mientras juntaba su labios como para besar; quién podría resistir una boca tan sexy.

-Tenemos un apartamento aquí cerca, ¿no quieres conocerlo? –habló la rubia por primea vez, su voz ronca era enloquecedora.

-Por supuesto, no puedo dejar solitas dos hermosas mujeres en estas calles peligrosas.

Se miraron y se rieron.

-Hace parte de mi disfraz de caballero.

La morena se llamaba Rute, la rubia, según pude entender, Ana, o sería Ane. Todo daba lo mismo para mi mente ebria, nada tenía el menor sentido.

Las cogí a las dos por la cintura. El apartamento no estaba muy lejos de allí. En el ascensor las dos se retocaban el maquillaje mientras se miraban en el espejo pegado en la pared. Yo miraba por encima pensando en lo afortunado que era. Dos mujeres en una sola noche.

Maquinaba en mi sucia cabeza cómo las mataría. Siempre tenía un plan. Ellas eran mucho más eficaces en esas horas de éxtasis y dolor. ¿Un puñal? Tendría que buscarlo en la cocina, daría cualquier disculpa para ir a la cocina. Es una droga. No se puede matar como se hacía antiguamente. Afortunadamente llevaba mi vieja navaja casi sin filo.

La rubia abrió la puerta. Entré como de costumbre después de las dos mujeres. Así es como se debe portar un caballero, aunque digan que eso pasó de moda.

-¿Quieres tomar algo? –preguntó la rubia sabrosa.

Primero tenía que hacer una breve consulta con mi hígado. Y sí, aguantaba un poco más. Sobrio jamás lograría ejecutar la matanza.

-¿Qué tienen para beber?

-Umm… sólo cerveza. ¿Te gusta?

-Sí, claro, perfecto.

Perfecto, igual desde cuándo un alcohólico escoge la bebida.

-Muchachas, necesito ir al baño.

-Está al final del corredor –agregó la morena, Rute.

Maldita cerveza, la miadera es peor que la resaca.

Después de largos minutos quedé satisfecho, mi vejiga quedó nuevamente vacía, pero eso iba a durar poco. Me lavé el rostro con abundante agua. En el espejo no pude dejar de mirar ese bello muchacho. Lo sé, soy un poco narcisista, pero quién tira la primera piedra.

-Maldito viejo psicópata. ¿Vas a matar una vez más o no? –hablé conmigo mismo al frente de ese espejo oval.

Cuando regresé una cerveza long neck me esperaba acomodada en la delicada mano de la morena. Agarré la botella y cogí un pedazo de la mano de ella. Nada qué hacer, soy un depravado.

Sentado en el sofá, comenzó la refriega. Atacado por los dos flancos. Una me besaba y la otra me acariciaba. ¿Dios mío, cómo resistir la tentación? Matar esas dos bellas mujeres…

La rubia me besaba incesantemente el cuello. Sentí como un mordisco. Era el momento. No, esperé pues la morena se levantó y puso música en el equipo de sonido. She’s in fashion, el tipo de música que se volvió un lugar común como tema de fondo de las películas a la hora de soñar despierto. Yo estaba soñando. Flotaba por la sala verde.

Una de ellas puso la mano en mis pantalones. No me pregunten cuál era. Con la camisa abierta dos puntas afiladas me frotaban el pecho semidesnudo. Mi mirada perversa apareció de repente con otra mirada maligna. Dos ojos en llamas. Umm… Nunca supe el momento exacto. Ese era el momento. Sonreí. Lancé a la rubia contra la pared. Quedó medio tonta. La morena salió al ataque. Me demoré en sacar la ridícula navaja del bolsillo. Vamos, maldita. Sentí un alivio cuando la agarré.

-Ven, amor. Sé lo que quieres. Tengo mucha en estas venas.

Y se acercó, tentada por la propuesta. Le clavé sin dolor la navaja en ese perverso corazoncito. Cayó con los ojos abiertos. Todavía no acababa. Le di una fuerte patada a la rubia. Ay, estropear un lindo rostro como ése. Pero era necesario, sólo Dios sabe lo fuerte que eran esas mujeres.

No tuve tiempo de levantarme. Con lástima me dirigí a su corazón. Sé que apenas es un músculo, pero ah, qué dolor.

Buen trabajo. Casi terminado. Fui a la cocina, después de todo ahora no era necesario explicar nada. Cogí una cuchilla, las adoraba, hacen un buen estrago. En la sala separé las cabezas de los cuerpos fríos y rígidos. Les di la extremaunción, era necesario encomendar las almas a Dios, aún sabiendo que ellas irían al diablo.

Sin huellas digitales, sin testigos. Sin rumbo. Así era mi vida. La triste vida de un cazador de vampiresas.

“Noches de carnaval”: título original “Noites de Carnaval”, tomado de la página Recanto das Letras http://recantodasletras.uol.com.br/contosdeterror/1197706



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