VELÁSQUEZ LEE DON QUIJOTE (LAS MENINAS)

Alejandro Ramírez

Don Diego Rodríguez de Silva y Velásquez se despierta temprano. Hoy, como varias noches de la última semana, ha vuelto a tener la misma pesadilla con María Bárbola, la enana de aspecto siniestro que acompaña a la Infanta. No recuerda con exactitud los detalles, o quizás no los quiere recordar, pero persisten los escalofríos y una nefasta e indefinible sensación. Se levanta y sale silenciosamente de la habitación en busca de su esposa, Juana Pacheco, a la que encuentra en un rincón de la cocina acurrucada con un grueso libro entre las manos. Se acerca y lo coge suavemente, sin violencia ni forcejeo, y lee mentalmente el título: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Una sonrisa imperceptible se esboza en sus labios porque recuerda que leyó ese mismo libro hace más de tres décadas por consejo e influencia de su maestro y suegro don Francisco Pacheco. Él, hombre culto y apasionado lector, ha transmitido esa pasión a su hija.

Camina despacio, sin premura, disfrutando del vital aroma que emana de esa mañana primaveral. Lleva en sus brazos, lo advierte con cierta sorpresa, el libro que leía su esposa. Ha sentido el impulso egoísta de releer algunos apartes, pues sólo persisten en su recuerdo algunas escenas nebulosas.

Al llegar a su estudio, en el Alcázar de Madrid, a la primera persona que ve es a la enana María Bárbola que se apresura hasta él para decirle que lo espera la Infanta. Esa enana temible camina junto a él y refunfuña en un argot incomprensible maldiciones, órdenes o consejos que don Diego no se atreve a interpretar. Camina despacio y lo mira cada tres pasos, miradas que él recibe con aprensión y temor. Antes de abrir la puerta del estudio, la enana se cruza en su camino, lo mira a los ojos y le espeta una retahíla de improperios feroces e ininteligibles de los cuales él sólo alcanza a comprender fragmentos aislados: muerte… Infanta… cuadro… enfermedad… los reyes… tiempo… eternidad…

Está frente al cuadro que actualmente pinta cuyo nombre será, por la presencia de los dos reyes en él, La familia de Felipe IV. Se siente exhausto a pesar de que ha pintado poco, pero la presencia de la enana lo enerva. Le pide a Nilolasito que le alcance el libro que traía, pero como no sabe qué acápite leer le solicita a la Infanta que abra el libro en el lugar que le plazca: lee, con estupefacción, el fragmento en el cual el Caballero de la Triste Figura destroza el retablo de maese Pedro. Recuerda, entonces, las lecciones de su maestro Francisco Pacheco: amplía los espacios, amplía los espacios… Vuelve la mirada a su cuadro y repasa con cierta satisfacción su presencia en él y la de los reyes en el espejo del fondo… Perdido en ensoñaciones deja caer el libro del brazo y cuando va a recogerlo ve que la enana con cara de demonio ya lo está llevando hacia sus brazos.



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