ELLOS NO SON TU ESPOSO


Raymond Carver

Traducido del inglés por Juan Pablo Muñoz

Earl Ober, como vendedor, no tenía un trabajo estable pero Doreen, su esposa, tenía un trabajo nocturno como mesera en un pequeño restaurante que abría las veinticuatro horas.

Cierta noche Earl se estaba tomando unos tragos y decidió pasar por el pequeño restaurante y comer algo. Quería ver dónde trabajaba ella, y además tal vez, podría comer gratis.

Se sentó en la barra y miró el menú.

-¿Qué estás haciendo aquí?- dijo Doreen cuando se acercó y le entregó un pedido al cocinero. -¿qué vas a pedir?- dijo luego. – ¿Seguro que los niños están bien?-

- Están bien- respondió él. –Quiero un café y uno de esos sándwiches del combo dos.

Ella tomó el pedido.

-¿Hay alguna posibilidad de que… tú sabes?- dijo él y le guiñó.

-No- respondió ella. –No me hables ahora que estoy ocupada-

Earl se tomó su café y espero a que le trajeran su sándwich. Dos hombres con traje, sus corbatas sin nudo y el cuello desabotonado, se sentaron junto a él y pidieron café.

Mientras Doreen se alejaba con la cafetera, uno de los hombres le dijo al otro: -¡Mira ese culo! ¡Increíble!- El otro hombre rió. –Los he visto mejores- dijo.

-A eso me refiero- dijo el hombre. –Claro que a algunos les gustan las mujeres gordas-

-A mí no- dijo el otro hombre.

-A mí tampoco- añadió el hombre. –A eso me refería.

Doreen puso el sándwich en frente de Earl. Alrededor del sánduche había papas a la francesa, algo de ensalada de repollo y un pepinillo.

-¿Algo más?- dijo ella. ¿Leche?

Él no dijo nada, sacudió la cabeza al ver que ella seguía parada allí.

-Te voy a traer más café- dijo ella.

Regresó con la cafetera y le sirvió café a él y a los otros dos hombres. Después tomó un plato y se volvió para servir algo de helado. Se agachó y empezó a sacar helado de vainilla del refrigerador con una cuchara heladera. La falda blanca se apretó contra sus caderas y subió por sus piernas mostrando la parte inferior de su faja, la parte trasera de sus carnudos muslos y muchas varices detrás de sus rodillas.

Los dos hombres sentados al lado de Earl intercambiaron miradas. Uno de ellos alzó sus cejas. El otro sonrió burlonamente y siguió mirando a Doreen por encima de su taza.

Ella le ponía salsa de chocolate al helado, y cuando ella empezó a batir la lata de crema batida, Earl se levantó, dejando su comida, y fue hacia la puerta. Escuchó que ella lo llamaba, pero él siguió caminando.

Le echó un vistazo a los niños y luego fue a la otra habitación y se quitó la ropa. Se cobijó, cerró sus ojos y se puso a pensar en el incidente. En todo su rostro se reflejaba la humillación, que luego bajó por sus hombros a su estómago y piernas. Abrió sus ojos y apoyó su cabeza en la almohada. Después se volvió hacia el otro lado y durmió. Ni siquiera la sintió metiéndose en la cama después.

A la mañana siguiente, después de mandar a los niños para el colegio, ella volvió a la habitación y subió las persianas. Él ya se había despertado.

-Mírate al espejo- dijo.

-¿Qué?- respondió ella -¿Qué pasa?

-Sólo mírate al espejo- replicó él.

-¿Qué se supone que tengo que ver?- respondió ella; igual se miró en el espejo del tocador y quitó el cabello de sus hombros.

-¿Y bien?- dijo él.

-¿Y bien, qué?- respondió ella.

-Me choca decir esto pero me parece que deberías empezar una dieta, y lo digo en serio. Me parece que deberías rebajar; al menos unos kilos.

-Nunca habías dicho nada antes- Se subió el camisón y se miró el estómago en el espejo.

-Bueno, antes no me parecía que fuera un problema- dijo él. Trataba de escoger las palabras correctas. Comenzó a contarle lo que había sucedido la noche anterior, pero decidió no decir nada por ahora. Podría decírselo luego si era necesario convencerla más.

Con el camisón aún alrededor de su cintura, se puso de espaldas al espejo y miró por encima del hombro, levantó un poco una de sus nalgas y la soltó.

Él cerró sus ojos. –Quizás es una tontería- dijo

-Me imagino que puedo bajar unos kilos, pero va a ser difícil- dijo ella.

-Tienes razón, no será fácil, es cierto; pero te voy a ayudar- dijo él.

-Tal vez tengas razón- dijo ella. Bajó su camisón y lo miró.

Después esa misma mañana, hablaron de dietas. Ella siempre había sentido curiosidad por las dietas a base de proteínas, las de solo vegetales y las del jugo de uva, pero decidieron que no podrían costear la carne que la dieta de la proteína requería. Además, como él señaló, sería muy difícil para él y los niños verla a ella comer carne en frente de ellos todas las noches. Ella dijo que tampoco le interesaban los vegetales, así que le echó cabeza a lo de la dieta de solo vegetales; y como no le gustaba mucho el jugo de uva, no podría tomarse el vaso que la dieta del jugo de uva requería antes de cada comida.

-Bueno, entonces olvídalo- dijo él

-No, tienes razón- dijo ella –voy a hacer algo-

-¿Por qué no algo de ejercicio?- dijo él –a lo mejor sirve-

-No, gracias. Ya hago mucho ejercicio allá- dijo ella

-Simplemente deja de comer- sugirió él –al menos por unos días-

-Está bien, respondió ella. Voy a intentarlo, por unos días, así como dices. Me convenciste.

-Tú sabes, tengo labia.

Él hizo las cuentas y dedujo los gastos, después fue a un almacén y compró una báscula. Miró con gusto a la cajera mientras ésta registraba la compra.

Cuando llegó a casa hizo que Doreen se quitara toda la ropa y se subiera a la báscula. Hizo un gesto de disgusto cuando le vio esas negras venas detrás de las rodillas y pasó uno de sus dedos por una que se extendía hasta el muslo.

-¿Qué estás haciendo?- preguntó ella

-Nada- dijo él.

Miró la báscula y anotó el número en un papel. –Muy bien- dijo él –Listo.

Al día siguiente estuvo gran parte de la tarde en una entrevista. El patrón, un hombre pequeño y fornido que cojeaba mientras le mostraba a Earl las partes del sistema de tuberías del almacén, le preguntó si podía viajar, ya que, como le dijo, tenía muchas cuentas por fuera.

-Claro que puedo viajar- dijo Earl.

El otro asintió con la cabeza sin decir nada.

Earl seguía sonriendo.

Pudo escuchar el televisor antes de entrar a la casa. Los niños no levantaron la mirada cuando él pasó por la sala. En la cocina, Doreen, con su ropa de trabajo, comía huevos revueltos con tocino.

-¿Qué estás haciendo?- le gritó Earl.

Ella se puso roja pero siguió masticando, con la boca repleta, hasta que escupió en una servilleta.

-No me pude aguantar- dijo

-Eres una cerda- dijo él –Dale, come. Sigue comiendo.

Fue a la habitación, cerró la puerta y se metió en la cama. Aún podía oír el televisor. Apoyó su cabeza en sus manos y miro al techo. A los pocos minutos ella abrió la puerta.

-Voy a intentar otra vez- dijo

-Bueno.

Dos días después ella lo llamo.

-Mira, dijo

Él miró la báscula, abrió una gaveta, sacó el papel y miró la báscula otra vez mientras ella sonreía.

-Casi medio kilo, dijo ella.

-Muy bien, dijo él y le dio una palmadita en las nalgas.

Él leía los avisos clasificados e iba a la oficina de empleo. Cada tres o cuatro días iba a alguna entrevista y por la noche contaba las propinas. Sacaba los billetes y los ponía en la mesa, también las monedas de cinco, de diez y de veinticinco, que acomodaba en montones de a dólar. Y cada mañana hacía que ella se subiera en la báscula.

En dos semanas había perdido casi dos kilos.

-Como a ratos- dijo ella –Me muero de hambre todo el día, y luego pico en el trabajo. Eso sirve.

Él la miró.

Una semana después había perdido tres kilos, y luego, a la semana siguiente casi cinco kilos más. Su ropa le estaba quedando floja. Tuvo que sacar algo del dinero de la renta para comprar otro uniforme.

-La gente del trabajo empieza a decir cosas- le dijo ella

-¿Qué cosas?- Preguntó él

-Que estoy muy pálida, que parezco otra persona. Tienen miedo porque estoy bajando mucho de peso, dijo ella.

-¿Qué tiene de malo bajar de peso?- dijo él – No les pares bolas. Diles que no sean metidos. Ellos no son tu marido ¿O sí? Tú no vives con ellos.

-Pero trabajo con ellos, dijo ella.

-Sí, trabajas con ellos, pero y qué.

Cada mañana él la acompañaba al baño y esperaba a que ella se subiera en la báscula, después se ponía de rodillas con un lápiz y una hoja. En ésta había fechas, días de la semana y números. Él leía el número que marcaba la báscula luego el que había en la hoja y a veces hacía un gesto de aprobación con la cabeza y otras uno de disgusto con su boca.

Ella pasaba más tiempo en la cama; se acostaba en la cama después de que los niños se iban para el colegio y dormía un poco en las tardes antes de irse al trabajo.

Él ayudaba con las tareas de la casa, veía televisión y la dejaba dormir. Iba a mercar, y de vez en cuando a una entrevista de trabajo.

Una noche, acostó a los niños, apagó el televisor, y decidió tomarse unos tragos. Un poco después de la media noche salió del bar y se fue al restaurante.

Se sentó en la barra y esperó. Cuando ella lo vio, le preguntó:

-¿Está todo bien en la casa?-

Él asintió.

Él no se apresuró en ordenar. Seguía mirándola mientras ella se agachaba y se volvía a poner de pie nuevamente detrás de la barra. Él terminó por pedir una hamburguesa de queso. Ella le dio la orden al cocinero y fue a esperar a alguien más. Otra mesera vino con una cafetera y le llenó la taza.

-¿Quién es tu amiga?, le dijo él mirando a su esposa.

-Se llama Doreen, dijo la mesera.

-Ha cambiado mucho desde la última vez que vine aquí, dijo él

-No me había fijado, dijo la mesera.

El terminó su hamburguesa y su café mientras la gente seguía sentándose y levantándose de la barra. Su esposa atendía a la mayoría de los clientes allí, aunque de vez en cuando venía otra mesera a tomar una orden. Él miraba a su esposa y escuchaba atentamente intentando escuchar algún comentario sobre ella. Se había levantado dos veces para ir al baño y cada vez se preguntaba si se había perdido algo mientras lo hacía. Cuando volvió por última vez, vio que su taza no estaba y que alguien se había sentado en su lugar.

Se sentó al final de la barra junto a un hombre más viejo que llevaba una camisa a rayas.

-¿Qué quieres?- le dijo Doreen a Earl cuando lo vio otra vez. -¿No deberías estar en casa?

-Sírveme más café, dijo él.

El hombre que estaba junto a él leía el periódico del día. Levantó la mirada y vio cómo Doreen le servía una taza de café a Earl. La miró mientras ella se alejaba y después continuó leyendo.

Earl le dio un sorbo a su café y esperó a que el hombre dijera algo; lo miraba de reojo. El hombre había terminado su comida y apartó el plato, encendió un cigarrillo, extendió el periódico en frente suyo y continuó leyendo.

Poco después vino Doreen para retirar el plato y servirle al hombre más café. Ella no miró a Earl mientras lo hacía.

-¿Qué le parece?- le dijo Earl al hombre, señalando con su cabeza a Doreen mientras se agachaba detrás de la barra. Está buena, ¿sí o no?

El hombre junto a él levantó la mirada sorprendido, miró a Doreen y luego a Earl, después siguió leyendo.

-Oiga: ¿Está buena o no?- continuó Earl –Le estoy preguntando ¿Está buena o no? Dígame.

El hombre sacudió su periódico.

Cuando Doreen se agachó de nuevo detrás de la barra, Earl le dio un golpecito al hombre en el hombro.

-Le estoy hablando. Mire esas piernas; ahora, mire esto.

Earl llamó a Doreen.

-¿Podría darme un helado de chocolate?

Ella se puso en frente y suspiró impaciente. Después se volvió y cogió un plato y la cuchara para servir el helado. Se inclinó sobre el congelador y empezó a servir el helado.

Earl miró al hombre a su lado y le guiñó mientras la falda empezaba a subir por los muslos. En ese momento su mirada se cruzó con la de la otra mesera. El hombre junto a él se puso el periódico debajo del brazo y se metió la mano al bolsillo.

La otra mesera se acercó a Doreen.

-¿Quién es este hombre?, preguntó.

-¿Quién?, dijo Doreen y se volvió con el plato de helado en su mano.

-Éste- dijo la otra mesera señalando a Earl. -¿Quién es éste?

Earl puso su mejor sonrisa y la mantuvo, bien abierta, hasta que sintió que su cara se desfiguraba.

Pero la otra mesera le hacía mala cara y Doreen movía su cabeza lentamente. El hombre que estaba sentado junto a Earl puso algunas monedas en la barra y se levantó, pero se quedó allí parado para ver qué sucedía.

Todos miraban a Earl

-Él es mi esposo- admitió Doreen encogiéndose de hombros. Se quedó mirando a Earl un momento y luego le puso el plato con el helado que había servido frente a él y tomó la cafetera.


No hay comentarios.: