HAVANA CLUB


Ana María Sanclemente

Sí, aunque se vea raro, se escribe así. Un bar en una calle de procedencia dudosa, con putas y gamines andando de cera en cera, adonde su esposo dijo que nunca la llevaría. Hasta esta noche, donde no pudo decirle no a alguno de sus amigos de oficina, y por supuesto, ella feliz, porque por fin iría a conocer el bar donde tantas noches quiso ir pero siempre la respuesta fue un NO rotundo. Aunque nunca ha ido a Cuba, este bar parece sacado de la misma Habana, o bueno, por lo que le cuentan y ha visto en fotos. Sitio caluroso, con ventiladores a medio andar, alumbrado con pequeñas luces y banderas de Cuba colgando por todo el techo; fotos alusivas a músicos y personajes cubanos.

Ella escoge la mesa, pocas quedan para escoger. Con el bar ya casi lleno, y el conjunto cubano a punto de comenzar a tocar, su esposo sintiéndose como en el “lugar equivocado” ordena unas cervezas para todos. El ambiente ideal para ella; el ambiente equivocado para él. Un sitio mágico donde de un lado se encuentran mulatos y morenos alegres fumándose un cigarrillo o moviendo sus cuerpos pegados a sus mulatas y morenas de una forma erótica y magistral, y de otro lado se encuentran los intelectuales con su habano en mano tratando de hablar de algo que el ruido de la guitarra, el tambor, la guacharaca y el violín les permita. También se ven extranjeros buscando aventuras y buenos ratos. Ella se para y comienza a sentir la música en sus caderas. Su esposo la mira con ojos como si necesitaran gotas, pero ella voltea y mira hacia otro lugar. Comienza a bailar sola y pide un mojito; uno de los tantos que se tomaría en la noche, para sentirse de verdad-verdad, como si estuviera en La Habana, Cuba. Escucha y canta “Guantanamera”, se mueve y coquetea con su esposo, quien se niega a bailar.

- Esa música no me gusta, le dice.

En una esquina la observa un tipo rubio, al parecer extranjero. Le levanta el vaso con el licor y ella levanta su vaso también como señal de saludo. En este punto, ya el sitio está a reventar y su esposo se encuentra ocupado comiéndose una picada de patacón con algo que ella no recuerda. Mucho calor y sudor.

Qué locura, ¿qué estoy haciendo? – piensa, mientras ya sus caderas se mueven más de la cuenta, pero está desinhibida, la tiene volando, era algo que quería hacer desde hace tiempo.

El matrimonio trae la rutina del día a día que no permite estas situaciones, y que a veces se deberían permitir, incluso sin la presencia del esposo.

¿Que se corre peligro?, por supuesto que sí. Ahí está el saber poner los límites del deseo y del desenfreno. Si es que puede haber límites para esto.

Continúa bailando y aplaudiendo al son de la música y de los mojitos. De repente, el rubio se acerca y le dice algo que el ruido no la deja escuchar. Ella le dice que se alejen de la orquesta para oírlo mejor y más cerca de la barra él le pregunta que si viene sola. Ella le contesta que no.

- Where are you from? – le pregunta ella.

- I am from Australia – le contesta él.

Huele bien, piensa ella. Un olor a loción masculina que a ella tanto le gusta. Y la excita. (Ella es totalmente “olfativa”).

- Are you alone? – pregunta ella.

- Yes, I am just visiting around – contesta él.

Para este momento, ella se olvida de su esposo, entretenido con sus amigos y su picada. Ella mira a este rubio, con ojos penetrantes, que huele bien. Comienzan una conversación ligera. A ella la música la tiene moviéndose y esto al tipo le gusta. Él le dice que no pare de hacerlo. Él la toca por la cintura y le dice que le gustan sus caderas anchas. Él le propone bailar. Una columna la separa de su esposo y sus amigos quienes no alcanzan a verla en su plan de conquista y coqueteo. El sitio está tan lleno que las personas se confunden unas con otras y es difícil con la luz distinguir quién está con quién. Sus cuerpos están muy juntos. Ella siente que se moja por dentro.

Qué pena, piensa, mientras cierra sus ojos, olvidándose de dónde y con quién se encuentra. Él la besa en el lóbulo de sus orejas y le dice cosas. Ella se ríe y le sigue el juego. Ella dice que va al baño. Él la acompaña. Olvidándose del pudor, él entra al baño de mujeres y la sigue hasta la puerta.

- Not here – le dice ella. Come with me.

Ella le pregunta que si tiene protección y él le muestra uno de esos condones “de marca” (menos mal, piensa ella, porque aunque está operada y no hay riesgos de embarazos, le da miedo una enfermedad de transmisión sexual).

Ella le dice que la espere en la entrada del bar y se acerca donde su esposo a pedirle las llaves del carro con la supuesta excusa de que dejó la cámara allí y quiere tomar unas fotos del lugar y de sus amigos.

- ¿Te acompaño? – le pregunta él. Ella le contesta que no. Que no se va a demorar.

Ella sale con el tipo y le dice que la acompañe al parqueadero. Entran al carro y ella cierra con llave y prende el carro con el aire acondicionado. Hay mucho, mucho calor.

- Are you sure that you want to do this?, le pregunta él.

- Yes, completely sure. Contesta ella. Ella no planeó nunca este momento, pero se lo quiere gozar. Tiene mucho tiempo que no tiene una aventura. Y para este tipo será otra más en su larga lista de viejas que en su recorrido se ha comido. Él, muy experimentado por cierto, se baja su pantalón caqui y la monta encima haciéndola sentir como en la gloria. Además de su buen olor, besa como los ángeles. Saliva va y saliva viene. ¡Qué distinto se siente el sabor de otros labios! Tanto tiempo besando los mismos, que ya ella se siente como una máquina siguiendo el protocolo de siempre. Es rápido con su mano y la toca por el cuello, por su pelo y por la espalda. Ella sencillamente se deja llevar, y completamente entregada, lanza un grito de satisfacción y dicha que al tipo solo le produce risa y excitación a la vez.

Luego viene un silencio y la calma. Una extraña calma con corazón agitado y cansado, tanto por la posición en el carro, como por el afán y el susto de que no sean “pillados in fraganti”.

Fui infiel, y con un tipo que en la vida había visto y probablemente en la vida volveré a ver, piensa ella. Sin embargo, no se siente arrepentida. No pasaron muchos minutos para acomodarse su ropa y salir al parqueadero.

Antes de entrar nuevamente en el bar, él le pide el teléfono porque le gustaría llamarla a saludar, y quizás encontrarse nuevamente. Ella le dice que no, que no es buena idea. Le dice que la pasó estupendo pero que debe regresar donde su esposo y seguir como si nada de esto hubiera ocurrido (ojala ella lo olvide, así como lo dice, tan fácil).

Se dan un corto abrazo, y él decide no entrar más al bar. Ella lo ve alejarse en una de esas calles peligrosas, con gamines y putas merodeando y buscando unos dólares baratos a cambio de un ratico de placer. El placer que ella sin pagar ni cobrar pudo disfrutar sin medir las consecuencias.

Cuando regresa a la mesa (con la cámara por supuesto), su esposo le pregunta que por qué se demoró tanto y que con quién estaba en la puerta, y ella le dice que con un viejo amigo que tenía mucho tiempo de no ver. Ella toma unas cuantas fotos y pide una botella de agua.

Tres y media de la mañana. Hora de pagar la cuenta y de irse a dormir.

Su esposo, ya como enrumbado, le dice que cuando lleguen a la casa se le va a comer. Ella, con sus mojitos encima y ojos complacientes, le responde que lo que quiera. Que esta noche la pasó tan bien, que se deja hacer lo que quiera, donde quiera.

Con una infidelidad no planeada, pero igualmente disfrutada.


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